miércoles, 20 de noviembre de 2013

Gris. Puro gris.

Me gustaría poner el tema de una canción aquí, pero lo cierto es que llevo como media hora despierto y no he escuchado aún nada, así que esto que aquí escribo está "puro".

Hay que entrar sigiloso.
Como entra todo el mundo dentro de todo el mundo,
pero evitando seguir el camino de todo el mundo.

Te escaquéas entre uno de esos recovecos que tiene cada persona,
pero lento,
que casi no se note.

 Al finalizar el pasillo al cual se accede por dicho recoveco
llegarás a lo más importante de una persona: La persona en sí misma.

Cógelo.
Ahora mandas tú.
Agítalo.
Disfruta de la función.

A más agitación
mas daño.
A más daño más emoción,
pero menos estabilidad.

No hay vuelta atrás.
Una vez se toca a la persona en sí misma
sólo puedes hacer daño.

Porque la tocas,
porque la mueves,
porque la sientes,
porque la ves,
porque la hueles,
porque quieres tocarla,
porque no quieres tocarla,
porque quieres moverla,
porque no quieres moverla,
porque la sientes,
porque no quieres sentirla,
porque quieres olerla,
porque no quieres olerla.

Por tocarla,
por no querer tocarla.
Por acercarte.
Por separarte.

Ya nada es igual. Lo cambia todo.

Y he aquí la diferencia entre querer un objeto y querer a una persona.

Resumiendo:

Puedes querer un objeto y poseerlo. Nada varía.

Puedes querer a una persona, pero si la posees, ya no la quieres.


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